Queridos sacerdotes,
Religiosas y religiosos
Y fieles todos:
En poco más de un mes hemos vivido, como Iglesia, unos acontecimientos históricos que nos han llenado de tal emoción, que difícilmente podremos olvidar: la dolorosa –pero ejemplar- renuncia del santo y sabio Papa Benedicto XVI y la elección del nuevo Papa Francisco, por el que, aun sin conocerlo, veníamos ya rezando al Buen Pastor y al Espíritu Santo desde el 11 de febrero en que Benedicto XVI anunció su renuncia. Nuestro amor al Vicario de Cristo es teológico: no es un sentimiento basado en motivos puramente humanos (porque es muy sabio, porque es muy santo, porque es muy simpático, de este o de aquel país), sino porque es el Sucesor de Pedro, el Pastor común, El Vicario de Cristo, que hace sus veces en la tierra. Santa Catalina de Siena –en tiempos difíciles de la Iglesia- le llamaba El dulce Cristo en la Tierra. San Josemaría Escrivá hablaba de sus tres amores: Cristo, María y el Papa. Y lo llamaba El Vice-Cristo. Él acuñó una hermosa jaculatoria: “Omnes cum Petro ad Iesum per Maríam”, que quiere decir: “Todos con el Papa vamos a Jesús por María”.