A los diez años de su erección como diócesis, tomó posesión su segundo obispo, un misionero de la OCSHA procedente de Girona y que trabajaba en la prelatura de Yauyos, desde su creación en 1958: Monseñor Enrique Pélach. Falleció en Abancay en julio del 2007 en olor de santidad.
Este obispo, buen pastor y constructor, realizó muchas obras, -espirituales y materiales; pero hoy quiero destacar dos que han sido claves: consiguió traer de España más de treinta sacerdotes de la OCSHA y creó un floreciente seminario. Tengo delante la lista de los que han ido llegando. Muchos ya regresaron a la Madre Patria, después de haber realizado una gran labor pastoral; otros se han ido al cielo, y siete todavía permanecen. Efectivamente, con su ardor misionero y con su sonrisa encantadora, Monseñor Enrique sabía atraer, convencer a jóvenes sacerdotes de diversas diócesis españolas: Girona, Solsona, Vigo, Orense, Logroño, Burgo de Osma, Guadalajara, León, Mallorca, Valencia, Toledo… Jóvenes todos – unos pocos con más años de juventud-, corrieron la apasionante aventura misionera de los Andes. Hay quien, bromeando, llamaba “encantador de serpientes” al obispo que los había “engañado”.
Pero, además, con la ayuda de estos sacerdotes, abrió un seminario – mayor y menor- cuando, en plena crisis postconciliar, se cerraban tantos, incluso en el Perú. Nadie en Abancay sabía hasta entonces lo que era un seminario. Se pensaba que los “padrecitos” o eran viejitos (formados en las archidiócesis de Cusco o Ayacucho) o extranjeros: españoles o “gringos”. Empezó de cero: un rector y dos niños en una casita de adobe. Cuando construyó el seminario, varias prelaturas, diócesis y arquidiócesis enviaron allí sus candidatos al sacerdocio- “¿Cómo va ese seminario floreciente?”, le preguntaba el Beato Juan Pablo II, en la Visita ad Límina. (Yo también tuve la suerte de entregarle la foto de los seminaristas en mi primera visita como obispo).
Quiero destacar que, de los setenta presbíteros egresados que se incardinaron en la diócesis de Abancay, casi cuarenta han ido como sacerdotes fideidonum - como misioneros- a otras jurisdicciones más necesitadas, por algunos años. Actualmente son dieciocho los que trabajan fuera de la diócesis (tres con emigrantes en USA y Alemania). Se ve que los sacerdotes de la OCSHA han sabido contagiarles su espíritu misionero, de manera que podemos decir que ala OCSHA le han salido hijos y nietos.
No han salido de la diócesis porque sobren (no está bien dar limosna de lo que sobra). Es que la comunión de bienes –y más cuando estos bienes son pastores- enriquece tanto al que da como al que recibe. Es hermoso compartir, dar desde la pobreza. Cuando pasé por primera vez por las oficinas de la OCSHA, en la Conferencia Episcopal Española, alguien me dijo: “A todos los sacerdotes españoles les vendría bien un tiempo en Hispanoamérica”. Hoy también yo estoy convencido de ello. Esa experiencia de una Iglesia joven y llena de vitalidad nos rejuvenece. Se da y se recibe.
Y es que la Iglesia se juega mucho en América, donde está la mitad de sus hijos.
+ Gilberto Gómez González
Obispo de Abancay - Perú