En la víspera del día de San Pedro, patrono de su pueblo, en medio de ruidosas celebraciones, uno de sus compañeros le atravesó la muñeca con una penca de maguey encendida. Lo hizo con tanta violencia que algunas astillas se le clavaron profundamente y pese a los cuidados de una mujer del pueblo, experta en curar hasta las más terribles heridas del alma, no pudo volver a usar correctamente su mano.
Viéndose lisiado y malquerido en su propia casa, porque su mal le impedía ayudar a sus padres eficazmente en el trabajo, resolvió viajar al Cusco y buscarse allí la vida.
En la Ciudad Imperial lo acogieron otros indios pobres que mendigaban un plato de sopa en el colegio de la Compañía de Jesús y, a cambio, eran adoctrinados en la fe católica. Allí supo de los labios de una india palla llamada Inés que en el Collao la Virgen tenía un santuario ya famoso por los milagros que en él habían sucedido. Ella también había acudido hacía buen tiempo, deseosa de alcanzar un remedio a sus terribles dolencias y, claro, había sanado.
Lo primero que hizo Sebastián fue consultar su plan con el Padre Gregorio Cisneros, su confesor. Éste lo animó a ponerse en marcha y así enrumbó, feliz y sin mayores preocupaciones. Sin pausa y con prisa el buen hombre se trasladó a Copacabana cargado de esperanzas. Iba a pie y siguiendo una vieja ruta transitada por viajeros desde tiempos inmemoriales. Así pasó de uno a otro pueblo hasta llegar a Pucará, donde se detuvo a pasar la noche. En medio del sueño sintió que lo despertaban suavemente y, al incorporarse, vio con alegría que su mano estaba completamente sana. No había huella alguna de las viejas y desagradables heridas y su piel estaba tan lozana como si nunca hubiese tenido un accidente y fuese un chiquillo.
Con más aliento e ímpetu que nunca prosiguió su peregrinación, llevado no ya por el deseo de recobrar la salud sino por las ansias de agradecerle a la Santísima Virgen el milagro que le había concedido.
Al traspasar los umbrales del Santuario sintió que un gozo y una paz indefinibles se apoderaban de su alma y, postrándose reverente ante el altar de María, dejó que sus ojos le dijesen con lágrimas cuánta era la gratitud de su corazón. En ese mismo instante fue cuando elucubró el proyecto de adquirir una copia de la venerada imagen, con el objeto de conducirla a su pueblo natal y promover su culto. Es así como la Virgen de la Candelaria llegó a Cocharcas en 1598.
Posteriormente financió la construcción del Santuario actual, volviendo al Alto Perú con su primo Tomás Camascusi. Murió en Cochabamba alrededor del año 1600 con fama de santidad. Sus restos mortales fueron traídos a Cocharcas y actualmente reposa en la Capilla de Pinitenciaría del Santuario.
Uno de las liras que frecuentemente entonaba Quimichi a la Virgen de Copacabana era este canto:
Señora, enjuga mi llanto
¿No es tu siervo rendido,
Que te pide adolorido,
Metigues su cruel quebranto?
Del Redentor madre pura,
Quiéreme como a tu hijo,
Con ese amor tan prolijo,
Con ella sin par ternura.
De aflijidos pecadores,
Eres refugio seguro,
Que con amor santo y puro,
Les colmas de tus favores.
Te pido sin gloria vana
Seas mi estrella bienhechora,
Y me guía protectora
María de Kopakawana.
ORACION
¡Oh! bienaventurado Sebastián Mastín! Si aún errante o fijo cual centinela permaneces en espíritu en el templo que tu celo religioso mandara edificar en esa llanura de Kocharkas, la que poco a poco va convirtiéndose en rápida pendiente para ir a ocultar sus pies en las frescas aguas del caudaloso y manso Pampas; si aún tus tristes restos se conmueven al afligirle estas mis sentidas palabras; inspírame propicio y sé mi ingenuo guía, para que al través del tiempo y de la distancia y reseña verídico tu historia. (P. Emilio Montes, año 1881).
NOTA: Sebastian Quimichi fue el gestor, cantor y catequista de Nuestra Señora de Cocharcas. Sus discípulos por su afán misionero se siguen llamándose “Quimichus” que en antiguo quichua significa “Portadores”.
Por su intercesión y su importancia histórica queremos promocionar su causa de beatificación, pues lo que es San Juan Diego para México es Sebastían Quimichi para el Perú.
Se ruega que los favores obtenidos por intercesión del Quimichi las comuniquen al Obispado de Abancay: Apdo. 42 Abancay (PERÚ), Tel: 083-321136. E-mail: obispadoabancay